La Alta Edad Media
La profunda crisis y la debilidad del Imperio Romano hicieron que las invasiones de los pueblos germánicos, entre los que se encontraban los suevos, los vándalos y los visigodos se dirigieran a la península, comienza entonces un vacío de poder que perduraría hasta el dominio visigodo. Fue bajo el reinado de Ervigio (680- 687) cuando se creó el ducado de Cantabria, coincidiendo con el periodo de mayor difusión del cristianismo en este territorio.
Con la llegada de los musulmanes la situación sufrió un giro que puso fin al dominio visigodo. Muchos de sus nobles y altos clérigos se vieron obligados a refugiarse en las montañas del norte, donde nunca llegó a establecerse el poder musulmán.
Comenzó entonces a fraguarse un nuevo poder político y una nueva cultura con la formación del Reino de Asturias, que emprendió una serie de batallas al otro lado de la cordillera tomando numerosos territorios desde Galicia hasta el Duero. Los habitantes de los lugares reconquistados se trasladaron al otro lado de las montañas formándose así las distintas comarcas cántabras, demarcaciones a las que durante la Edad Media no se llamará Cantabria sino que se aludirá mediante delimitaciones comarcales como las Asturias de Santillana, en las que se insertaba el Valle de Cayón, Campóo, Liébana o Trasmiera, entre otras.
Este proceso repoblador provocó una verdadera revolución socio-económica en nuestro territorio. Hasta ese momento la escasa población cántabra había fundamentado su economía en la caza, la pesca, la recolección y el pastoreo, encontrándose la agricultura en un estadio evolutivo muy primitivo. Con la llegada de los nuevos habitantes se ocuparon nuevos territorios para cultivar cereales, viñedos, frutales y huertos. Socialmente la familia nuclear cristiana sustituyó a los viejos clanes matriarcales.
Dentro de las Asturias de Santillana, uno de los pioneros en el proceso repoblador fue el territorio que forma actualmente el Valle de Cayón, debido a la influencia de sus centros religiosos, uno de ellos lo fundaron los sobrinos del obispo Quintilla, Gudvigia y Sisnando en julio del año 811, en un lugar inculto y despoblado el Monasterio dúplice de San Vicente y San Cristobal de Fístoles. Lo hicieron en presencia del mencionado obispo Quintilla y bajo el reinado de Alfonso II de Asturias. Cinco años más tarde, en el 816, el Conde Gundesindo escogió el monasterio como lugar de sepultura, al tiempo que le concedió amplias posesiones, San Martín de Sobarzo, San Vicente de Cabárceno, Santa Eulalia y San Jorge de Penagos, la villa de Totero, posesiones en Miera, San Martín de Liérganes, Santa María de Rucandio, tierras en el Valle del Pas, los monasterios de Pablo de Arce, San Julián de Mortera, Santa Eulalia de Liencres o la villa de Boo, entre otras. De este modo el monasterio se convertía en uno de los más influyentes de la región.
Nada se sabe de su extinción y ya en el año 1675 el padre Argáiz se lamentaba de la desaparición de este cenobio benedictino de cuyos restos se han hallado una necrópolis y varios vestigios alto medievales. Actualmente ocupando su lugar se encuentra la ermita del s.XVI dedicada a San Vicente Mártir (foto) perteneciente al pueblo de Lloreda.