“La sombra del ciprés es alargada” fue la primera novela que publicó Miguel Delibes, con ella ganó el Premio Nadal, fue de lectura obligada para mi generación y aunque supongo que muchos no recordarán la historia, su título es de esos que no se olvidan.
Es un título nostálgico que hoy para mí tiene además una nota trágica. El ciprés de Monterrey del solar de Cotubín, en Esles, ha muerto. Parecía imposible, pero tenía doscientos años y al parecer tenía también un pozo de agua entre sus raíces, un pozo de agua estancada que ha ido pudriendo su estómago, sus venas, supongo que hasta llegar a su corazón.
<<La muerte de un titán>>, me dijo mi madre esta mañana, justo después de asistir incrédula, triste y asombrada a su caída. <<Lo peor ha sido el ruido>>. La creo. Ha caído un jueves cualquiera de abril, por la mañana, cuando no había nadie debajo suyo. No quiero pensar qué hubiera sucedido otro día, a otra hora. Eso sí hubiera sido peor que el ruido que seguramente mi madre ya no olvidará, igual que nadie olvida la respiración entrecortada y cavernaria de quien está a punto de exhalar un último soplo de vida. Pero por suerte se ha ido sin hacer daño.
Muchas son las historias que se lleva entre sus ramas este insigne cántabro. Y es que la sombra del ciprés de Monterry de Cotubín fue muy alargada. Lo podríamos decir todos los que hemos crecido a su amparo, me pregunto qué niño de la familia no ha montado en bicicleta alrededor de su tronco durante horas o no ha buscado huevos de Pascua entre los helechos que coronaban su base. Pero también todos los que festejaron, disertaron, recitaron, lloraron o bailaron bajo su enorme copa. Tantos amigos de la gran familia que somos que asistieron a alguna de las celebraciones que allí tienen lugar, y músicos, actores, soldados y generales, políticos, historiadores, filósofos… Mucho es lo que ha cobijado su sombra.
¿Qué habrá sentido él todos estos años? Si antes parecía difícil encontrar el modo de saberlo, ahora ya es del todo imposible. Ha muerto nuestro ciprés. Porque la vida es así. Nacer, crecer y morir. Hasta para para los titanes. Y ahora nos queda un enorme agujero, en la tierra y en el corazón. Igual que la novela de Delibes no nos permite olvidar a ese maravilloso escritor, los recuerdos y las fotografías que atesoran cuanto aconteció bajo la copa de nuestro inmenso ciprés de Monterrey no dejarán que olvidemos que un día reinó, con majestad, en el jardín. Philippine González-Camino. Escritora y editora